martes, 7 de octubre de 2008

Paciencia de paciente

No acostumbro a ser paciente. Cuando me siento mal normalmente no me hago mucho caso. Algunas veces me automedico aunque la mayoría de las ocasiones paso de lo que me pasa y paso de los consejos que yo misma les daría a mis pacientes en una situación similar. Siempre fuí seguidora de la máxima "el cuerpo cura solo". Mi familia y amigos son testigos de mis más que frecuentes: no es nada, ya se te irá, cap problema, y del poco caso que les hago. Nunca fui una buena médico fuera de la consulta, ni una buena paciente.

Estas últimas semanas he necesitado mucha paciencia para intentar convertirme en una buena enferma. Y he revivido en mis carnes muchas de las típicas actitudes que suelen sacar a los médicos de quicio en la consulta.
Lo sé, siempre fui una cartillera, de esas que se olvidan de las citas o se equivocan de día, de las que sólo se toman las pastillas hasta que se sienten un poco mejor, de las que cambian el tratamiento a su antojo, de las que no siguen los sabios consejos de su médico, de las que no se fían de lo que les han diagnosticado y vuelven a consultar.

Claro, como soy médico tengo excusa. Yo sé que es lo que me conviene...

Me he roto un dedo del pie, una minucia, una estupidez que sin embargo me ha obligado a hacer reposo relativo dos semanas. De inicio no lo llevé muy bien, no sé estarme quieta. El mismo día de la fractura me largué a celebrar el cumple de un amigo y me fuí al museo de las ciencias, a los dos días llegó mi cumple así que me las apañé para hacer una paella e insití, salvo cuando conseguía hacer caso a las órdenes de mis amigos, en ir y venir cojeando a la cocina. Y así seguí trampeando hasta que me salió una terrible erupción a la que, por supuesto, de entrada no hice mucho caso. Con los días y el progresivo aumento del picor, casi me vuelvo loca. No podía hacer mucho más que concentrarme para conseguir no rascarme todo el cuerpo y embutirme a antihistamínicos. Al fin, gracias a que las pastillas me dejaban KO, hice una cura de sueño y empecé a mejorar.

Por supuesto mis conductas reprobables siguieron: al primer efecto secundario molesto me dejé las pastillas, abandoné la meditación para controlar mis impulsos y me hice una carnicería en el brazo izquierdo, que es el que me quedaba más a mano. Me quité el vendaje porque me hacía daño e insití en caminar antes de lo que debería, sin muletas por supuesto, y en ir demasiado lejos.

Lo curioso es que mis sospechas iniciales de que el diagnóstico (consensuado por unos cuantos médicos amigos) estaba mal eran correctas, mi erupción curó y no necesité más pastillas dañinas, mi pie mejoró de manera veloz y la cura de sueño me fué estupenda, tanto para mi salud física como para la mental.

Menos mal que nadie me riñe. Menos mal que cuando consulto con algún médico respeta mi opinión y no se atreve a sermonearme. Menos mal que la mayoría de las molestias realmente se curan solas y menos mal que en el fondo de vez en cuando, y a pesar de mi pasotismo, acierto y me hago caso.

PD: Conste que deberían, antes por supuesto de sacar cualquier conclusión al respecto de lo escrito, consultar con su farmacéutico.

viernes, 3 de octubre de 2008

Quien roba a un ladrón...

Hace un par de semanas se repartió un periódico especial por estos lugares: CRISI
No se si se enteraron fuera de Catalunya pero por aquí se armó un buen revuelo durante unos días. Resulta que a alguien se le ocurrió que aquello de: Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón se podría aplicar al siglo XXI, y, claro está, el objeto de su dedicación fueron los bancos y grandes entidades financieras. Resultado: mucho dinero repartido.

Les aconsejo que se descarguen la publicación y se la ojeen. Les arrancará, como mínimo, una sonrisa.